La comunicación es la base de todas las relaciones humanas. Lo que decimos, lo que nos callamos, como defendemos nuestras ideas o manifestamos nuestras necesidades, marcará la diferencia de calidad de nuestras relaciones.
Sin embargo esta comunicación está supeditada a nuestras emociones. No comunicamos igual con miedo, cuando estamos enfadados o cuando nos encontramos bajo los efluvios de la alegría.
Y estas emociones dependerán de nuestras expectativas, nuestro sistema de creencias o nuestros valores, y sobre todo de lo más o menos satisfechas que estén nuestras necesidades (seguridad, diversión, conexión, reconocimiento, crecimiento o contribución) en ese momento.
¿Somos realmente conscientes de lo que sentimos y como lo manifestamos al exterior?
La respuesta es que, en la mayor parte de los casos y las veces, no.
Solo si nos tomamos el trabajo de observarnos y estar atentos a el trasfondo de lo que nos ocurre, si tenemos una actitud crítica (que no destructiva) sobre nuestro sentir y sus motivaciones, podremos llevar el timón de nuestras vidas hacia donde nosotros realmente queramos. Esto es lo que llamamos ser inteligentes emocionales.
Volviendo a la comunicación, este es el vehículo por el que manifestamos lo que somos y lo haremos de forma coherente y satisfactoria cuando nuestra inteligencia emocional está desarrollada.
Y cuando nuestra comunicación es coherente, lo que decimos y hacemos guardan armonía, somos merecedores de confianza por parte de los demás.
La confianza es la habilidad de mostrarnos vulnerables sabiendo que no vamos a ser heridos.
Confianza y una buena comunicación son los pilares de la amistad saludable, del buen trato laboral y de las relaciones de pareja y familiares con éxito.
Sin embargo, es más común encontrarnos con situaciones de dominio o sumisión frente a los conflictos, con pérdidas de control, con respuestas reactivas en lugar de proactivas y responsables, o con juegos y manipulaciones que terminan en problemas y rupturas. Y todo esto siempre bien justificado por creencias toxicas que apoyan estos comportamientos.
Hacer Amigos es bastante más difícil de lo que nos creemos. Entra en juego muchos factores como las razones por las que buscamos a otros, las expectativas demasiado altas que ponemos en los demás y la falta de tolerancia con lo diverso a uno mismo.
«Dime con quien andas y te diré quien eres» dice el refrán.
Yo añado: «Dime como te comunicas y te diré el éxito que tienes» y
«Dime como gestionas tus emociones y te diré lo feliz que eres»
Todo esto te lo aclaro mejor en mi libro
Romperelhielo y conectar, manual para hacer Amigos.