Esto pasa todos los días en algún lugar.
«Pedro fue a trabajar el lunes al hotel. Había tenido problemas con su hijita que no quería ir al colegio, nada importante, pero ocasionó que llegase 10 minutos tarde al trabajo. Su “simpático” compañero de turno, ajeno al pequeño problema de Pedro y sin ninguna intención de averiguar la razón de su retraso, le comentó de forma muy sarcástica: -“que ¿se te han pegado las sábanas? A mi también me gusta dormir, si todos hiciéramos lo mismo…..a ver si tenemos un poco de compañerismo”
Ante tal recibimiento, Pedro no quiso ni contestar, pero se le quedó un profundo malestar, mezcla de sentimiento de culpa por llegar tarde y resentimiento por la poca empatía de su compañero.
“ Valiente gilipollas!! “ pensó. “¿Es que él no llega nunca tarde? El otro día ¿quien le sacó la cara delante de los clientes por su mala contestación? Mira para que sirve hacer favores. La gente es una desagradecida…. No te puedes fiar de nadie….¿Y estos imbéciles (por los clientes), no se podían ir a la playa en lugar de darnos por saco?”
Y siguió en esta línea de pensamientos toda la mañana, con lo que conseguía que su malestar aumentase y se multiplicase a cada instante. Como consecuencia, Pedro lucía una cara de “perro” que espantaba, así que nadie se atrevía a acercarse a él. Su “simpático” compañero, viendo que se cargaba con todo el trabajo, se volvió a meter con el de forma hiriente. Esta vez Pedro, que ya estaba cargadito, le soltó un agresivo, “vete a la mie… y déjame en paz”, delante de todos los clientes. Después, se giró bruscamente, y sin acordarse de que allí había un escalón, dio un paso en falso, cayó con todo su peso sobre la pierna y se oyó un “crack”. Ruptura de tibia y peroné…… 4 meses de baja, para empezar.
Esto es lo que se llama un secuestro emocional
con consecuencias desafortunadas.
Los secuestros emocionales se producen cuando una persona es sometida a un gran estrés, a situaciones de enfado o miedo continuadas que hacen que la amígdala, centro neuronal del cerebro límbico (gestor de las emociones), corte la relación con el cerebro racional, lo cual produce actuaciones o reacciones descontroladas y poco lógicas.
Conflictos parecidas se dan en todas las empresas, más frecuentemente de lo que sería deseable.
También he presenciado, por desgracia, comportamientos de jefes y directivos bajo estos efectos, secuestrados por el miedo o el enfado, que han embestido contra uno o varios miembros de su equipo y han ocasionado un conflicto y tensión innecesaria entre los trabajadores o empleados a su cargo, con la consiguiente inevitable bajada de rendimiento y riesgo de accidentes o enfermedades.
Un dato también muy importante es el incremento de bajas por ansiedad o depresión de los últimos años. Personas que enferman por no poder soportar las presiones o el mal ambiente en su puesto de trabajo.
Julie era una recepcionista de un hotel del Arenal, que cogió una baja por depresión. Después de varios meses de tratamiento, intentó volver al trabajo. Tan pronto como cruzó la puerta del hotel, sufrió un ataque de ansiedad, había desarrollado una especie de fobia al puesto de trabajo provocada por el ambiente de conflictos continuos que se daba entre los recepcionistas. Trató de volver en tres ocasiones, pero le fue imposible. Año y medio más tarde, otro de sus compañeros murió por un ataque al corazón.
La buena noticia es que muchos de estos casos son evitables. A día de hoy, ya nadie es ajeno a la importancia de contar con un equipo ilusionado, motivado y con buen ambiente laboral para conseguir mejores resultados, no solo porque así son un 30% más productivos, si no que también por el ahorro en bajas laborales por enfermedad y accidentes que se consigue, más del 50%.
Este dato es especialmente importante en las empresas de servicios, en las que el factor humano es esencial ya que tratan directamente con el cliente, proporcionándole experiencias nuevas.
Las personas somos un 70 % emoción y un 30 % raciocinio. Las decisiones que tomamos dependen del momento emocional en el que nos encontremos. No decidimos lo mismo cuando estamos enfadados, que cuando estamos contentos o cuando tenemos miedo. Pero
¿cuánto conocemos realmente sobre el funcionamiento de nuestras emociones?
Por lo tanto, es imprescindible incorporar en las empresas una formación continua en inteligencia emocional y habilidades sociales que lleve a los empleados y empleadas, tengan el cargo que tengan, a tomar conciencia, por si mismos, de cuales son sus propias necesidades y las del personal a su cargo (si lo tuvieran), para conseguir los resultados que persigue. Que descubran cuales son sus debilidades y como fortalecerlas. Cómo anticiparse a los obstáculos que encontrará en esta nueva trayectoria, cómo afrontar sus miedos y retar sus propias creencias limitantes. De manera que no habrá marcha atrás.
“El secreto de una buena formación es enseñar a la gente de tal manera que no se den cuenta de que están aprendiendo hasta que es demasiado tarde”